lunes, 28 de julio de 2014

Sonrisa del 2004

Caminante camina como todos los días. Se dirige hacia ese lugar; trabajo, le dicen. Eso que le dijeron que debía hacer si quería comer, y... no podía no comer… moriría, y eso sería… contraproducente. Entonces el iba a trabajar, como todos los días. Eso es lo que debía hacer un chico como él, después de tanto estudio, debía trabajar, debía tener éxito, lo que las voces que lo rodeaban le decían todo el tiempo que era el éxito. Debía. Y lo hacía, y era lo que quería él, le decían. El lo aceptaba, POR DIOS SI ERA FELIZ.  Mientras subía la escalera del subte, para caminar esas 3 cuadras que lo separaban desde Pueyrredón y Corrientes de su lugar de trabajo, escuchaba música, esa dulce melodía que lo hacía volar y que le apretaran un poco menos los zapatos que llevaba.
Era algo más alegre por instantes, sonaban temas de Charly García, venían momentos perdidos, recuerdos que no son tales. Y en un determinado momento, de repente, suena extrañamente un tema que no recordaba haber puesto en su reproductor, pero suena… Zocacola mientras venía a su mente una sonrisa. Aparece una sonrisa...y unos labios, entonces el un poco confundido por lo que aparecia tan real en su mente camina más lentamente, disimula, porque sabe que su cuerpo sigue atravesando las apestosas calles del barrio de Once... y mientras, la recuerda cada vez mas nitidamente: unos labios rojos que sangraban o al menos parecía que lo hacían, un cabello despeinado, rubio y ondulado, ojos marrones nada espectaculares, y una pollera que intentaba bailar, una danza tan torpe e hipnótica, mientras sonaba Zocacola. El teletransportado a otro sitio se encontraba cómo omnipresente y la veía, pero era impotente, como esa vez, en que esos ojos torpes, tan convencionales, sin ningún don en especial, lo veían. Ya no eran las calles de Buenos Aires, era una fiesta, era el sitio de una simple reunion adolescente.Y mientras ella lo veia él no decía nada, era tan joven, y eran tan libres, y en ese instante donde ella sonreía parecía de otra tierra, su corazón niño solo veía ese pelo despeinado y rubio, esa risa adolescente. Si, es verdad, solo tenían 15 años, pero el la quería... la quería para el.... por un instante, la veía reír, quería hablarle, ¿Le gustaría Charly? Ah, saberlo solo era cuestión de juntar valor.
Pero no pudo. Y no quedo nada más de ese momento, solo ese recuerdo, que… quien le daría importancia, era solo ver a una chica y que le atraiga, a todo el mundo le ha pasado. Pero esa imagen, 10 años después, le apareció por esa melodía, porque el no había hecho lo que quería, hablarle. ¿Y ahora? No, no sabía dónde estaba ella ni quien era para hacerlo, esa imagen estaba clavada en sus ojos, y hasta le costaba ver hacia donde caminaba, pero seguía haciendolo. Caminaba sin ver, porque no había hecho lo que quería... Nunca. ¿Que estaba haciendo? ¿Que hacia? Entonces no se dio cuenta, pues esa nube densa de lamentos y preguntas hizo que se distraiga, y cayo… cayó lejos, profundo, a un pozo sin fin donde veía figuras con rostros difusos que lo señalaban y se reían. ¿QUIEN SOS? Le gritaban y él trataba de responderles pero no le salía ninguna palabra, solamente sonidos que en este alfabeto no existen, raros, de otro lugar. Mucho más allá, al final del pozo se veia una mujer grande, enorme que se dirigía a el diciéndole una y otra vez: "Sos eso que siempre debiste ser". ¿Y qué era eso, lo que debía ser? Le dolía la sien, mientras la mujer reía y lo veía, amor y terror en esos enormes ojos.
 El pozo y la caída terminaron y él se cayó de espalda sobre la grava. Un golpe seco y nada más. Pero no le dolió y ahí se quedo. Se sentía entre estas figuras retorcidas solo una caricatura, y pensaba en que tenía que salir, mas no podía; ese lugar lo encerraba más y más a ada momento, todas las opciones de salida parecían imposibles, o muy arriesgadas… y no, el no se arriesgaría. Entonces esa mujer se acerco a el, lo abrazo y le dio un beso en el cachete, y esa señora, su madre le gritó: TE AMO HIJO ESTOY ORGULLOSA, y reía escandalosamente haciendo que le doliera aun mas la cabeza y que sintiera que sus oidos explotarian. Poco a poco el rostro de su madre se transformaba lentamente en el de su padre y en otros rostros,  en el de sus maestros, en el de las mujeres que le habían dicho que no, en quienes decían que la viola no era para él, en los que decían que él no podía estar con otras personas porque no eran de su nivel y a quienes el les hacían caso siempre. Mil rostros en cuestión de segundos, cosas lúgubres, espectáculo tétrico que le oprimía el pecho, sentia que se asfixiaba, al mismo tiempo que el cuarto donde había caído sus pulmones se cerraban, porque tener todo lo que tenía que tener simplemente le pesaba.

Entonces esa figura polimorfa se fue. Escucho unos pasos. El cuarto volvió a tomar su dimensión original, se expandía, y estaba muy oscuro. Los pasos se oían mas cerca,  y el pudo ver de quien se trataba. Era esa muchacha otra vez, su corazón se detuvo...¡La había encontrado! Ella se puso muy cerca de el, le sonreía y se reía. Se miraron... y ella lo hizo. Lo que su cobardía no había logrado en el pasado. Un beso. Corto pero eterno, y él la beso con el alma misma, a esa joven figura de 15 años, siendo que él en ese momento también lo era. En ese instante nada más. Entonces ella sin apartarse de sus labios sonrió y segundos después finalmente se alejo.  Y se empezó a ir. Otra vez el, desesperado, quería saber dónde encontrarla pero ella se fue, para siempre esta vez.
Y ahí, algo lo tiro hacia arriba y volvió, volvió a la horrible avenida Pueyrredón, adonde la luz y los olores a comidas le asqueaban y mareaban. No sabía qué hacer, solo tenía  ganas de vomitar. Camino un poco más, con todas esas imágenes aun dándole vueltas. Encontró un lugar en la triste y patética plaza Miserere y se desplomo sobre el cantero. Entonces lloro, lloro rápido sin importarle el mundo, tenía que llorar para sacarse de encima su tristeza, su vida que no era tal, lloro porque estaba desesperado. Algo tenía que hacer, pero solo podía llorar, llorando mientras el estomago le ardía hasta que ya no tuvo más lagrimas.  Se detuvo en seco, ya no podía llorar mas, miro instintivamente su reloj. Las 9. Llegaba tarde al trabajo, debía apurarse, tenía que hacer lo que tenía que hacer, era lo que siempre aspiro él, o los otros, lo que siempre quiso, o lo que no podía dejar de hacer. Nada raro, solo la rutina de siempre, y él lo sabía muy bien.